El cuidado de la piel en tu ducha diaria
Ducharse a diario es un gesto tan habitual que la mayoría apenas le prestamos atención. Sin embargo, precisamente por tratarse de un hábito tan frecuente, vale la pena fijarse en qué debemos hacer y qué no cuando tomamos una ducha.
La temperatura a la que nos duchamos, el modo en que nos secamos tras la ducha o el gel de baño que elegimos tienen un efecto enorme en la salud de la piel, y por ello en nuestra salud en general.
Pero tomar una buena ducha o un buen baño nos aporta beneficios que van mucho más allá: son una magnífica manera de relajarnos o cargarnos de energía tras un mal día, de combatir el estrés de la jornada o simplemente de recuperarnos después de una sesión de gimnasio especialmente dura.
La ducha: ni fría ni caliente
La temperatura que elegimos a la hora de ducharnos tiene mucha más importancia de la que pensamos. A muchos nos encanta la sensación del agua caliente sobre la piel, pero lo cierto es que ducharse a altas temperaturas tiende a resecarla y favorece la aparición de irritaciones o dermatitis, entre otros problemas.
Otros son grandes fans de ducharse con agua bien fría. No cabe duda de que los humanos nos hemos acostumbrado durante miles de años al frío y la intemperie, pero bien es cierto que lo de sentir el agua helada sobre la piel antes de aplicar el gel de ducha no está hecho para todo el mundo.
Lo más recomendable es elegir un término medio. Cuando te duches, lo indicado será que el agua no esté ni muy fría ni muy caliente: lo ideal es usar agua templada, a unos 36-37 grados, temperatura similar a la del propio cuerpo.
Además, esto aporta un beneficio extra para quienes tras la ducha nos aplicamos productos de cuidado corporal. Ducharse con agua templada prepara a la piel para absorberlos mejor y de ese modo aprovechar con mayor intensidad sus beneficios.
Mima tu piel al secarte
El secado constituye una parte más del ritual de ducharse, y secarse bien resulta también mucho más importante de lo que a primera vista pueda parecer.
Tras haberla lavado, tu piel es más sensible de lo habitual, por lo que debes tratarla con mucho mimo. Si frotas la toalla con demasiada fuerza puedes dañarla o irritarla, o incluso arrastrar capas de la epidermis, así que procura siempre secarte con delicadeza.
Lo más recomendable es simplemente aplicar suaves toquecitos con la toalla. Otra buena opción puede ser usar un albornoz, el cual absorberá la humedad sin necesidad de frotar la piel.
La clave: elegir un buen gel de ducha
Y llegamos al que sin duda es el aspecto más importante de una buena ducha: elegir el gel de baño más adecuado para la piel.
Tu piel es un delicado sistema diseñado para defenderte de bacterias y demás patógenos. Por ello, lo ideal es utilizar un gel de ducha que te permita limpiar la piel sin dañarla, y que a la vez ayude a regenerar la capa natural que la protege de agentes infecciosos indeseados.
Por desgracia, muchos jabones arrastran consigo no sólo la suciedad de la piel, sino también los aceites naturales que ésta posee. Además, los productos químicos que contienen tienden a deshidratar la piel, con los efectos que hemos visto que ello acarrea.
En ese sentido, debes siempre elegir un producto con ingredientes naturales, y a poder ser con aceites que ayuden a los ya presentes en la piel. Como por ejemplo el Gel de ducha Refreshing de Kneipp.